miércoles, febrero 21, 2007

Miércoles de ceniza


Hoy, como os habréis dado cuenta, es miércoles de ceniza. O lo que es lo mismo, se entierra la sardina, y las fiestas de carnaval se terminan. Así que yo en mi particular mundo al revés nunca enterré la sardina ni otro pescado. En mi caso, éste nunca fue día festivo. Cuando iba al colegio y el resto de los niños estaban de fiesta yo tenía que ir al mío a que me crucificaran la cabeza con ceniza. Como uno se acostumbra a todo, para mi y mis compañeros el miércoles áquel de febrero en el que, juro que se llamaba así, Don Marcelino, el sacertote del colegio, nos ponía en fila en la capilla, bajo la atenta mirada de las profesoras y nos hacía la famosa cruz. Esto solía ser a media mañana y cuando acababa toda la parafernalia unos a otros nos examinábamos las cabezas para ver quién tenía mejor hecha la cruz y a quién no se le había caído la ceniza de la cabeza en todo el "santo" día. Mis miércoles de entierro de la sardina fueron durante, calculo que, catorce años, más o menos, de mi vida dedicados en cuerpo y alma a este extraño ritual, que según nos decían, como siempre que bajábamos a la capilla, servía para purificar nuestras faltas y ser perdonados. Como niño inocente que era uno pues se lo creía y se lo aprendía como el padrenuestro. Pero la peor parte no era la ceniza ni tampoco el cuerpo de Cristo en forma de galletas ligeras libres de grasa. No. La peor era el momento del confesionario, cuando todos, sí o sí, pasábamos a contar nuestros "pecados". Y yo, podéis creerme, nunca sabía qué contar, porque no estaba muy convencido de que enfadarme con mi hermana o con mis padres, o no hacer los deberes fuera un pecado. Y de aquella historia de tanto tener que confesar lo inconfesable se me quedó un sentimiento de culpabilidad que me dura hasta ahora, mis años mozos, en los que uno se siente mal casi por todo mientras el resto vive en "lujuria". Creo que salí más marcado que la pobre sardina ahumada de aquellos religiosos miércoles. Nunca sabré de dónde, hostias, sacaban esas cenizas, como tantas cosas en esta santa religión.